sábado, 27 de octubre de 2012

Sesión 1: Llegada a Tierras Grulla



El día amaneció claro en las pequeñas tierras del Clan del Buho, mientras dos jóvenes samuráis recorrían los pasillos de Kyuden Hukuro en silencio. Hukuro Izumi y Hukuro Yoshimitsu, shugenjas de clan, habían sido llamado a presencia de su Daimyo. 

Su señor, un hombre inteligente, los esperaba con rostro grave, tomando un te humeante. Ante él, una caja envuelta en seda roja se encontraba sobre la mesa. Los samurái se inclinaron, esperando que el daimio les hablara. 

Hukuro Tetsuo les pidió consejo sobre la caja, un artefacto encontrado por su clan, del que se desconocía su contenido pues no habían sido capaces de abrirla. Los shugenja la estudiaron y pronto descubrieron que en su interior había algún tipo de magia maligna. Desconcertados, decidieron enviar dicha caja a sus aliados, los Isawa. Tetsuo estableció contacto con Isawa Daru, el mentor de los dos shugenjas, y éste los estaba esperando. 

Posteriormente, el Daimyo llamó a su hijo, Kento. Sabía que mantener buenas relaciones con otros clanes era fundamental para su supervivencia como Clan Menor, así que Kento iría para tratar de conseguir aliados y fortalecer los lazos del clan con el Fénix. Junto a los dos y a Kento, también iría Hukuro Daiki, el mejor amigo de Kento y su guardaespaldas. 

Partieron hacia el norte, atravesando tierras de sus aliados Grulla, camino a las posesiones de Asahina Ieku, un cortesano Grulla al que tenían que entregarle ciertas misivas. Avanzaron sin problemas hasta llegar a tierras de Ieku. 

El cortesano era un hombre agradable y atractivo, vestido con telas excelentes tal y como correspondía a un hombre de su estatus, pero los samuráis se percataron de que había pocos hombres en las tierras del Asahina. Y es mas, algunas bandas de ronin malencarados patrullaban las tierras y el pueblo cercano. 

Cuando Ieku fue interpelado por esto, les dijo que se debía a que la mayoría de sus tropas habían sido requeridos por su Daimyo por el temor a una guerra contra el Clan Leon. Teniendo en cuenta que el actual Hantei apenas prestaba atención a los Clanes, pasando el tiempo dedicado a su placer personal,  a nadie sorprendía tal cosa, pues las tensiones entre Clanes rivales amenazaban con estallar en cualquier momento. 

Además, Ieku les dijo que, lamentándolo mucho, no podían alojarse en su casa hoy, pues un incendio había destruido sus habitaciones de invitados. Podían pasar la noche en la aldea, en la Casa de las Cien Hojas, una casa de té. 

Entregadas las misivas, los samuráis se despidieron del señor y llegaron a la Casa de Te, donde un obsequioso heimin les atendió tal y como correspondía a su estatus. Vieron a varios viajeros en la casa, incluso algunos samuráis de otros clanes, pero no entablaron conversación con ninguno de ellos. 
 
Cayó la noche, y los samuráis fueron a dormir a sus respectivas habitaciones. Lentamente, sus respiraciones se fueron acompasando hasta que cayeron profundamente dormidos. Y así deberían haber estado hasta la mañana siguiente, pero lamentablemente, no fue eso lo que ocurrió. 

Izumi se despertó sobresaltada. Algo la había hecho despertar, y tras serenarse, trató de comunicarse con los kami de la zona por si habían visto algo extraño. Cual fue su sorpresa cuando descubrió que los espíritus de aquella zona habían sido expulsados. 

Se acercó a la puerta y la deslizó con suavidad. Justo cuando iba a dar un paso hacia el pasillo, un atisbo de movimiento por el rabillo del ojo la hizo retroceder, y un dardo de metal se clavó en el marco de la puerta. Unas figuras encapuchadas se acercaban hacia ellos vestidos como los mitológicos ninjas. 

- ¡Nos atacan – gritó la shugenja, mientras volvía a la habitación y cogía su bolsa de pergaminos. Daiki, siempre alerta como corresponde a un buen guardaespaldas, no tardó más que unos pocos segundos en estar en pie con la katana en la mano. 

El bushi abrió la puerta y se encontró con un enemigo. Lanzó un tajo y el enemigo cayó hacia atrás, rompiendo las paredes de papel con su peso. Justo en ese momento, un dardo se clavó en su cuello, pero el samurái apenas se percato, en la adrenalina de la batalla. 

Izumi volvió al pasillo. En sus manos, espíritus de fuego danzaban entre sus dedos, asemejando un látigo de fuego. Con un restallido, abrasó al enemigo que la había atacado con la cerbatana. Kento salió al pasillo y pasó justo al lado de Daiki, que acaba de rematar a su rival. 

El primogénito del clan, a pesar de no tener una apariencia de gran guerrero, efectuó un fluido movimiento letal, amagando un golpe por la derecha y lanzando una estocada horizontal que casi destripa al asaltante nocturno. 

La pelea llegó hasta el salón de te, donde Yoshimitsu, invocando el elemento fuego, quemó el rostro de otro de los asaltantes, rompiéndole la capucha y viéndole la cara. Por desgracia, este enemigo consiguió huir.

Cuando volvió la calma a la Casa de las Cien Hojas, los samuráis respiraban pesadamente, pero indemnes. Los otros visitantes de la casa salieron de sus habitaciones sobresaltados, y un grito resonó en la noche. Era la esposa del posadero, que estaba caída sobre el cadáver de su marido, degollado y desangrado en el suelo. Lloraba y se tiraba de los pelos, como una loca. Los samuráis apartaron la mirada, incómodos, poco acostumbrados a ver a alguien mostrar sus sentimientos de forma tan abierta. 

¿Quiénes los habían asaltado? ¿Y qué es lo que querían? 

Tendrían que esperar a la luz de un nuevo día para despejar sus dudas…

2 comentarios:

  1. Aunque la lei hace unos días lo hice en el trabajo y no pude comentar. Aprovecho para felicitarte por tan buen trabajo en la web, es muy elegante, y por el resumen de la sesión, que no es ni corto ni largo, en su justa medida.

    A ver si sacamos adelante una buena campaña. Por ahora pinta inmejorable.

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  2. Gracias señor!! Menos mal que se van pasando por aquí, que ya empezaba a sentirme solo jajjaa. Me alegro de que le guste oiga!!

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