El día amaneció claro en las pequeñas tierras del Clan del
Buho, mientras dos jóvenes samuráis recorrían los pasillos de Kyuden Hukuro en
silencio. Hukuro Izumi y Hukuro Yoshimitsu, shugenjas de clan, habían sido
llamado a presencia de su Daimyo.
Su señor, un hombre inteligente, los esperaba con rostro
grave, tomando un te humeante. Ante él, una caja envuelta en seda roja se
encontraba sobre la mesa. Los samurái se inclinaron, esperando que el daimio les
hablara.
Hukuro Tetsuo les pidió consejo sobre la caja, un artefacto
encontrado por su clan, del que se desconocía su contenido pues no habían sido
capaces de abrirla. Los shugenja la estudiaron y pronto descubrieron que en su
interior había algún tipo de magia maligna. Desconcertados, decidieron enviar
dicha caja a sus aliados, los Isawa. Tetsuo estableció contacto con Isawa Daru,
el mentor de los dos shugenjas, y éste los estaba esperando.
Posteriormente, el Daimyo llamó a su hijo, Kento. Sabía que
mantener buenas relaciones con otros clanes era fundamental para su
supervivencia como Clan Menor, así que Kento iría para tratar de conseguir
aliados y fortalecer los lazos del clan con el Fénix. Junto a los dos y a
Kento, también iría Hukuro Daiki, el mejor amigo de Kento y su guardaespaldas.
Partieron hacia el norte, atravesando tierras de sus aliados
Grulla, camino a las posesiones de Asahina Ieku, un cortesano Grulla al que
tenían que entregarle ciertas misivas. Avanzaron sin problemas hasta llegar a
tierras de Ieku.
El cortesano era un hombre agradable y atractivo, vestido
con telas excelentes tal y como correspondía a un hombre de su estatus, pero
los samuráis se percataron de que había pocos hombres en las tierras del
Asahina. Y es mas, algunas bandas de ronin malencarados patrullaban las tierras
y el pueblo cercano.
Cuando Ieku fue interpelado por esto, les dijo que se debía
a que la mayoría de sus tropas habían sido requeridos por su Daimyo por el
temor a una guerra contra el Clan Leon. Teniendo en cuenta que el actual Hantei
apenas prestaba atención a los Clanes, pasando el tiempo dedicado a su placer
personal, a nadie sorprendía tal cosa,
pues las tensiones entre Clanes rivales amenazaban con estallar en cualquier
momento.
Además, Ieku les dijo que, lamentándolo mucho, no podían alojarse
en su casa hoy, pues un incendio había destruido sus habitaciones de invitados.
Podían pasar la noche en la aldea, en la Casa de las Cien Hojas, una casa de
té.
Entregadas las misivas, los samuráis se despidieron del
señor y llegaron a la Casa de Te, donde un obsequioso heimin les atendió tal y
como correspondía a su estatus. Vieron a varios viajeros en la casa, incluso algunos
samuráis de otros clanes, pero no entablaron conversación con ninguno de ellos.
Cayó la noche, y los samuráis fueron a dormir a sus
respectivas habitaciones. Lentamente, sus respiraciones se fueron acompasando
hasta que cayeron profundamente dormidos. Y así deberían haber estado hasta la
mañana siguiente, pero lamentablemente, no fue eso lo que ocurrió.
Izumi se despertó sobresaltada. Algo la había hecho despertar,
y tras serenarse, trató de comunicarse con los kami de la zona por si habían
visto algo extraño. Cual fue su sorpresa cuando descubrió que los espíritus de
aquella zona habían sido expulsados.
Se acercó a la puerta y la deslizó con suavidad. Justo cuando
iba a dar un paso hacia el pasillo, un atisbo de movimiento por el rabillo del
ojo la hizo retroceder, y un dardo de metal se clavó en el marco de la puerta.
Unas figuras encapuchadas se acercaban hacia ellos vestidos como los
mitológicos ninjas.
- ¡Nos atacan – gritó la shugenja, mientras volvía a la
habitación y cogía su bolsa de pergaminos. Daiki, siempre alerta como
corresponde a un buen guardaespaldas, no tardó más que unos pocos segundos en
estar en pie con la katana en la mano.
El bushi abrió la puerta y se encontró con un enemigo. Lanzó
un tajo y el enemigo cayó hacia atrás, rompiendo las paredes de papel con su
peso. Justo en ese momento, un dardo se clavó en su cuello, pero el samurái apenas
se percato, en la adrenalina de la batalla.
Izumi volvió al pasillo. En sus manos, espíritus de fuego
danzaban entre sus dedos, asemejando un látigo de fuego. Con un restallido,
abrasó al enemigo que la había atacado con la cerbatana. Kento salió al pasillo
y pasó justo al lado de Daiki, que acaba de rematar a su rival.
El primogénito del clan, a pesar de no tener una apariencia
de gran guerrero, efectuó un fluido movimiento letal, amagando un golpe por la
derecha y lanzando una estocada horizontal que casi destripa al asaltante
nocturno.
La pelea llegó hasta el salón de te, donde Yoshimitsu,
invocando el elemento fuego, quemó el rostro de otro de los asaltantes, rompiéndole
la capucha y viéndole la cara. Por desgracia, este enemigo consiguió huir.
Cuando volvió la calma a la Casa de las Cien Hojas, los samuráis
respiraban pesadamente, pero indemnes. Los otros visitantes de la casa salieron
de sus habitaciones sobresaltados, y un grito resonó en la noche. Era la esposa
del posadero, que estaba caída sobre el cadáver de su marido, degollado y
desangrado en el suelo. Lloraba y se tiraba de los pelos, como una loca. Los samuráis
apartaron la mirada, incómodos, poco acostumbrados a ver a alguien mostrar sus
sentimientos de forma tan abierta.
¿Quiénes los habían asaltado? ¿Y qué es lo que querían?
Tendrían que esperar a la luz de un nuevo día para despejar sus dudas…
Aunque la lei hace unos días lo hice en el trabajo y no pude comentar. Aprovecho para felicitarte por tan buen trabajo en la web, es muy elegante, y por el resumen de la sesión, que no es ni corto ni largo, en su justa medida.
ResponderEliminarA ver si sacamos adelante una buena campaña. Por ahora pinta inmejorable.
Gracias señor!! Menos mal que se van pasando por aquí, que ya empezaba a sentirme solo jajjaa. Me alegro de que le guste oiga!!
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